Azúcar Morena


Ella llegaba con ese viento de la mañana que despertaba el silencio. Cada vez que se abría la puerta de la sala, la esperaba impaciente, como ese olor suave y divino del café recién colado.

Ese día, llovía con viento y mucha fuerza. Sus cabellos, poco mojados, llenaron el salón de un suave aroma a frutas, tal vez por la mezcla del agua con su perfume. Tiritaba de frío, porque su suéter blanco estaba empapado y parecía recién lavado en una tintorería. Aquellos ojos oscuros me sonrieron cuando le pasé mi chaqueta de doble capa, y aunque casi nunca le hablaba, esa mirada me dijo todo lo que esperaba.

Entonces, esa sonrisa marcada con metales me distrajo en absoluto de la clase. Sentí como si esa piel color canela llenaba por completo el aula. Esas manos tan delicadamente perfiladas, con brillo en sus uñas y lunares en sus brazos… Nunca antes la había detallado con tanto afán, ni siquiera me había percatado de esos suaves rasgos, ni esa postura de dama que le daba clase, como si el salón fuera un tributo a su presencia.

Fue una mañana perdida. No recordaba nada de lo visto en aquella clase, por estar perdido en esa piel canela, y en esos ojos color café oscuro. La verdad no me importó para nada, porque esa tarde pasé imaginando su andar despacio, comiendo aquellas tortas de chocolate que preparaban en el café de la universidad, riendo de cualquier chiste malo… escuchando palabras perdidas en el andar delicado, de aquella azúcar morena…

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