Acuarelas






Tu mundo y el mío jamás se parecieron.

Éramos acuarelas pintadas en lienzos de diferentes lugares. Y sin embargo, allí estábamos, sonriendo, amando nuestras miradas como si el universo no importara.
Siempre estuvimos en la misma galería. Siempre nos vimos a los ojos. Era momentos de silencios llevados fuera del universo, sin prisas, donde admirar tus líneas suaves y detalladas era todo mi mundo. Era esa forma de deslizar los pinceles, de tu hermoso cabello, de esa sonrisa perlada. Para ese momento, yo era una obra para nada terminada. En cambio tú, siempre reflejada en esas suaves acuarelas, tan libre como el agua, te deslizabas despacio entre matices brillantes, colores de mares, siluetas dormidas, y bellos parajes.
Era para mí un sueño ver esa obra terminada. La ternura de tu ser quemaba los viejos óleos con los que estaba pintada mi alma. Y te encantaba, porque veías como eran esos trazos de acuarelas los que me daban alegrías, porque no te importaba que dijeran que las acuarelas, el óleo y el carboncillo no se plasmaban juntos en una obra no finalizada.
Era tan dulce y doloroso abrazarte… yo amando en silencio tus colores, pero manchando con los míos tantos matices de tu alma. Pero nunca me dejaste. Dejaste que mis colores se unieran a los tuyos, que mis miedos y tus furias cruzaran el olimpo tomados de la mano y sonrieran en la ribera de la Estigia, cantando trabalenguas en cientos de idiomas.
Al final del día, bajo aquella galería, la gente siempre nos mira, porque somos un retrato extraño…
Somos óleos, pinceles, barro, tizas, colores, carbones, y sobre todo…

Acuarelas…

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