Diosas y Desvelos




Nunca supe cuándo debía irme a casa. Las sombras de aquellos silencios distantes siempre se aparecían cuando menos los esperaba, con esa sensación de que siempre faltaba algo más. Ella era parte de esos silencios compartidos. Sus ojos, su piel de seda, su sonrisa llena de afrodisíacos desconocidos… todo eso era parte de mi alma, y de su día a día.
Casi a diario me dejaba pasearme a través de su piel, consumido por un estímulo desconocido y sorprendente. Los suspiros que llenaban la habitación tambien se sentían en los rayos de sol que escapaban por aquella vieja cortina que nadie recordaba cuánto tiempo había estado allí. Aquellos suaves bucles de cabello caían en sus hombros, y hacían juego con mis labios en su nuca, su sonrisa tímida de cosquillas escondidas, mientras sus pies movían tímidamente los dedos. Eran sensaciones inolvidables que perduraban horas por segundos. Y aun en ese momento, nunca supe cuándo irme a casa.
Ella era ese templo profano de pan, miel y naranjas picadas en cuadritos. Eran labios de profundos besos desvelados, de abrazos desnudos que amanecían atrapados en las estrellas, en sus senos, en el alba. Sus muslos de leche y nueces recorrían mi torso, traslación y rotación de un cuerpo celeste que rodeaba mi cuerpo como si de un sistema solar se tratara. Ella era ese pequeño universo de sensaciones desbocadas. Era esa mirada sin fin que me hacía decirle cuánto me gustaba, cuánto deseaba cada beso, cada lágrima, cada sonrisa. Mía sin serlo, suyo sin poder evitarlo. Como aquella reina que nunca quiso el trono, pero que no requería presentación a todos sus súbditos.
Hoy observo aquel techo pintado con matices de azul y blanco, y miro a mi derecha, y te veo allí, recostada boca abajo, durmiendo, con esa dulce respiración que suena como las olas de mar. Y sigo pensando que debí irme a casa apenas me di cuenta de que había quedado atrapado entre tus juegos de seducción. Y me doy cuenta de que no tengo remedio, que sigo siendo ese esclavo personal sin cadenas que me aten. Pero no quiero dejar el sabor de tu piel, el aroma de tu cuerpo, tus garras en mi espalda.
Emperatriz de mis deseos, diosa de mis más antiguos y eternos pensamientos. No sé cuánto tiempo quede atado a tus pensamientos…. Pero sé que a tus deseos, siempre…

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