La Chica Termonuclear
Era una día cualquiera en la ciudad de Caracas. Como siempre, las mañanas eran el momento cumbre de una explosión humana llena de golpes, molestias, malas palabras, y sobre todo, de gente trabajadora.
Mariale se levanto como siempre a las 5. Con medio ojo abierto y uno más dormido que despierto, tomo sus pantuflas de peluche, se medio acomodo el cabello, prendió el calentador, y empezó a cepillarse los dientes. La ropita del trabajo ya estaba planchada. Solo faltaba el desayuno. A medio camino entre el jabón y el champú, se fue el agua. La maldición intento salir de su boca, pero pensó en algo tierno mientras agarraba la perola y sacaba la casi congelada agua del recipiente de emergencia.
Con 10° menos en el cuerpo, y con los dientes castañeando, se vistió a toda velocidad. Ya eran las 6. Muy tarde para el desayuno. Medio mordió un pan, dos tragos de café, y salió cual soldado del batallón de los publicistas.
Agarrar la camioneta para el metro, era imposible. Con el desespero en la mirada, pues tenía un proyecto a presentar a primera hora, bajo las 4 cuadras caminando, luchando para aguantar la presión de los tacones en sus deditos mientras bajaba la cuadra. Entro al metro. Con el apuro dejó el celular. Y el carnet. Y el ticket del metro. 50 personas en una fila para pedir un boleto, mientras en la cartera solo tenía un billete de 50. El cajero la miró feo. Tenía rato pidiendo sencillo. Con una medio sonrisa y una mentada de madre mental, se culpó la tontería de no haber revisado antes si todo estaba bien antes de salir de casa.
6:30 am., y no había podido abordar un tren. Ánimo, aún tengo una hora para llegar, se dijo con la mente ocupada en recordar un poco lo más importante del proyecto. Con un impulso casi electromagnético, recordó: se me quedo la lámina…
Le daba tiempo de devolverse... Pero la cola... Comprar el boleto… la caminata… no vale, allá veo como resuelvo.
“Atención señores pasajeros, informamos que el día de hoy el servicio del metro presenta un leve retraso… por lo cual… “ . Séptima vez que la operadora decía lo mismo. Paciencia Dios… paciencia. El aire no funcionaba, así que, tanto ella como las otras 700 mujeres en la estación, sentían el efecto del calor en sus maquillajes. Ya todos estaban desesperados. 6: 45 y apenas habían pasado 2 trenes. Llenos, por supuesto.
Aquí mandan uno totalmente vacío. La locura convierte a los ciudadanos en animales, típica Marabunta en búsqueda de una presa. En este caso, un asiento. En cuestión de segundos, nadie respeta la cola, y entre empujones, insultos, golpes y gritos de guerra, logra entrar al metro. Aunque sacrificó la mitad de su virginidad, un apretón en un seno, y algún vivo que logro levantarle las nalgas de un soberbio apretón, logra entrar al vagón. Pero nadie responde la afrenta, y nadie protesta. Mariale soporta todo rezándole a su virgencita del Carmen, y jurando mandar al infierno al primer pendejo que le diga alguna suciedad. 6 estaciones, y aun falta hacer el transbordo. La segunda parte de un viaje de dos horas, que hace más de 5 años, se hacía en 15 minutos.
La estación central del metro, es Plaza Venezuela. Quienes vivimos en Caracas, decir ese nombre junto a la frase “a las 7 de la mañana”, significa que la piel se eriza, uno se persigna, y le concede a un santo una vela con tal de llegar al trabajo a tiempo, y con no más de un trancazo en un brazo. Mariale caminó a través del pasillo del transbordo, y suspiro largamente al ver aquella estación. Más de mil personas convergen diariamente allí día a día. Hizo su colita en una de las esquinas del andén, que estaba menos congestionada. Pasan 2 trenes, poco a poco se va vaciando la estación. Pero sigue llegando gente de las demás transferencias. Llega un tren vacío. Mariale, usando toda su fuerza femenina, se prepara para intentar entrar. Pero cuando las puertas se abren, literalmente es arrastrada dentro del tren por una horda de gente tan o más desesperada que ella. Un grito de auxilio, un tacón roto, y otra mano muerta son el precio a pagar por lograr abordar el tren. Ya dentro, al fin suspira. Ya falta menos para llegar. Pero sigue el retraso.
7:30. Apenas está llegando a su parada. Cojeando por el tacón roto, logra escabullirse entre un cúmulo de gente sudorosa y molesta por la incomodidad de estar tan pegados unos con otros.
Sale de la estación, y se revisa lo que quedo de ella misma. Aun tengo que caminar 3 cuadras más coño.
Llega a la entrada. Son las 8:10. Tarde. Su identificación, dice el vigilante. Pero si yo trabajo aquí, reclama. No importa. Si no trae su identificación, tiene que pedir un pase. Mariale, a punto de decir una palabra digna de ser estudiada, cojea hasta el escritorio de registro, y pide un pase. Nombre. Dirección. Teléfono. ¿A qué piso va? Departamento. Ok. Cuando salga tiene que devolver el pase. Tenga buen día. La camisa y el humor de Mariale, eran del mismo color. Identificación, pide el otro vigilante, que ve la foto y la cara de Mariale con sospechas. Viendo que eran la misma, la deja pasar. El ascensor lo están arreglando. 6 pisos caminando. Y con un tacón roto.
Con los ojos aguados de ganas de llorar, suspira despacio para no perder el control. Llega a piso 6 por las escaleras de emergencia. Están cerradas. Al abrir suena la alarma. Medio departamento voltea a la puerta, para ver a una mujer de 25 años, despeinada, con el maquillaje corrido, ojos llorosos, la cartera rota, con un pase, un tacón roto y sin las láminas para su presentación.
Llega a su escritorio, lentamente saca su cajita de maquillajes, y recomienza el proceso de embellecer su congestionado rostro. ¿Mariale que te pasó? Ni preguntes…
Llega el jefe revisando unos papeles. Mariale, ya más calmada, repotenciada con maquillaje recién hecho, con la dignidad de una persona que sobrevive a la guerra, dice triunfante: ya estoy lista para la presentación a los clientes. Extrañado, replica: pero Mariale, eso es para mañana, ¿no te lo dije? Ah, perdón, no te copie en el correo. Pero si, es para mañana. De hecho te había dado el día libre para que terminaras con calma.
Sólo vimos la explosión a lo lejos, en la parte este de la ciudad. Devastó casi 3 cuadras. La policía dijo que habían escuchado un grito antes de la explosión.
Fue cuando supimos, que Mariale había estallado. Y con razón.
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